Ocurre que en todos los países, sin excepción, éste es uno de los sectores que genera más accidentes de trabajo. Sin citar estadísticas –para no perdernos en lo obvio y evidente–, Nicaragua es una vitrina de malas prácticas, observando diario en plena vía pública una cantidad increíble de actos inseguros y condiciones aterradoras.
Lo peor es que de tanta familiaridad con esos actos, a veces circenses, es que se pierde de vista el sufrimiento de la cantidad de víctimas reales que genera la accidentalidad en este sector.
Es muy fácil caer en la tentación de asignar responsabilidades por el deplorable estado de la seguridad ocupacional en la industria de la construcción –no lo haré–, pero hay que tener presente que quienes trabajan allí son seres humanos, y que sufren lesiones graves por caídas de otro nivel, electrocuciones, golpes con objetos que caen, cortaduras con herramientas, esquirlas en los ojos, en general, una colección macabra de incidentes que dejan lesiones invalidantes en la mayoría de los casos y, en otros, fatalidades en que un cabeza de familia deja en el desamparo a sus dependientes. Todo esto sin contar las silenciosas enfermedades ocupacionales incubándose por otra serie de malas prácticas.
Algunos propietarios/as de empresas consideran la inversión en seguridad como un simple y molesto gasto, creyendo ingenuamente que al comprar Equipos de Protección Personal (EPP) van a disminuir por arte de magia estos accidentes. Equivocación rotunda. El hecho de brindar EPP –ojalá el adecuado–, es apenas cumplir con la ley.
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