Juan Carlos Devia, de 50 años, perdió a casi 35 miembros de su familia en la avalancha de Armero.
Juan Carlos Devia cuenta cómo salió del lodo y de cosas de las que hoy no sabe cómo se sobrepuso.
Nací en Armero en el año 63. Ahí estudié toda mi primaria, mi bachillerato, presté servicio militar en Ibagué, en la Sexta Brigada y volví a Armero. Yo quería estar en la Fuerza Aérea, pero a mi papá no le gustaba eso para mí y me colaboró para ingresar al Banco Cafetero, que quedaba en la carrera 15 con calle 11, esquina.
Yo era mensajero en el banco y estaba nombrado como auxiliar de ahorro y en ese diciembre me venía para Bogotá a hacer un curso de digitación de sistemas. Tenía 21 años cuando ocurrió la tragedia.
Yo trabajaba horas extras llevando el libro diario de contabilidad. Días anteriores se había hecho una represa natural en el cañón del río Lagunilla. Se represó y se secó y pasaba cerca a Armero seco. En esa época sabíamos por el noticiero que la gente pedía que drenaran esa represa, pero también se sabía que si se venía eso, no habría avalancha, sino que se desbordaba el río.
Había una sirena que activaron un par de borrachos como tres o cuatro días antes de la tragedia. A ellos los cogieron presos porque la gente se asustó. Nosotros sí estábamos avisados no de una avalancha del nevado, sino de la represa del lagunilla, que si se venía, de pronto podía llevarse algo alrededor del río. Todo ya estaba más o menos previsto, había que buscar las zonas altas, eso se sabía.
El día miércoles 13 de noviembre mientras estaba en el banco subí a una terraza con mis compañeros y veíamos la fumarola del Ruiz, pero no nos alarmábamos. Según tengo entendido, el deshielo que hubo por la lava que botó el cráter del Volcán, ocurrió más o menos antes de las once de la mañana.
No sabíamos nada de avalanchas. Decían los del Líbano, Tolima, que queda en la parte alta de la cordillera del Cañón, que ellos sentía temblor, -rrrrrrrrrruuuu-, y parece que era eso mismo, que ya estaba viniéndose y arrastrando con palos y piedras.
Ese día transcurrió normalmente; decían que abrieran las ventanas. Hubo una lluvia rara, como medio ácida. Ese día trabajé a las 8 de la mañana, almorcé de 12 a 2 y de 2 hasta cuando terminé la jornada, pero siempre me quedaba trabajando horas extras.
Lo cierto es que ese día el gerente del banco se fue para San Andrés. Él se quedaba en el segundo piso del banco, porque ahí quedaba el apartamento. Él me pidió el favor de que si podía quedarme ahí esa noche y yo le dije que sí.
Terminé mi trabajo como a las 8 de la noche, fui y visité a mi novia, me fui a mi casa, comí con mi mamá, mi papá no había llegado todavía y cuando salí me despedí de ella. Nosotros somos siete hermanos, pero no estábamos en Armero sino dos. Ella se quedó en el comedor sentada y yo salí con mi novia. Dimos una vuelta, tomamos algo y la dejé en la casa.
Llegué a las 10 al apartamento, guardé la moto, me subí al segundo piso. Me senté en la cama. Tenía una sed horrible y me destapé una cervecita fría. La puse en la mesita de noche y estaba escuchando Diomedes Díaz. Faltaban cinco minutos para las once de la noche, cuando sonó un estruendo durísimo, durísimo, un ruido terrible y todo quedó oscuro, uno no veía más de cinco centímetros de distancia. Ver más
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