Un juzgado investiga el accidente que ocasionó que a un joven le tuvieran que amputar los dos brazos y una pierna. Este electricista sufrió una fuerte descarga eléctrica cuando se subió a una torre de alta tensión por orden de sus jefes
Antonio Llama Santiago maneja el móvil con la nariz. Se agacha hacia la mesa y con la punta busca una información en internet. Tiene 27 años y reside con sus padres en la localidad de Osuna (Sevilla). Este electricista nunca olvidará ese 14 diciembre del 2017. Una descarga de 15.000 voltios estuvo a punto de segarle la vida después de que su jefe le enviara al lugar y el encargado le ordenara subir a una torre de alta tensión para hacer un empalme. Se quedó sin los dos brazos y sin una pierna. El pie de la otra extremidad lo tiene también destrozado. “No me molesta recordarlo porque noto que estoy vivo. Eso sí, he tenido que aprender a vivir de nuevo”, asegura. Un juzgado de Montilla está investigando si se produjo una negligencia por parte de la empresa. En estos momentos, está a la espera del acta de la inspección de trabajo. “No me gustan los hospitales”, asegura el muchacho, a pesar de que estuvo varios días en la unidad de cuidados intensivos, otros tantos en un centro sanitario y muchos más en una fundación donde le enseñaron a desenvolverse con las prótesis.
Antonio ha viajado a Barcelona para que el especialista David Llobera le revise las tres prótesis y, de paso, reunirse con su abogado, Ignasi Colomer, del despacho Vosseler, que le lleva los asuntos judiciales. “Me cuesta hacer prácticamente todo y necesito la ayuda de terceros para muchas cosas, como para comer”, explica este joven que desde los 16 años es electricista. El 14 de diciembre del 2017, trabajaba en la empresa Celemi Montajes Eléctricos, sita en Osuna. Ese día, uno de los jefes de la compañía le envió para continuar con la instalación del tendido de alta tensión en la población de Santaella (Córdoba), en las fincas El Garabato y El Garabatillo . Cuando llegaron al lugar, el encargado de la obra le ordenó que subiera a una de los torres y que «cerrara un puente» (terminar el empalme del cableado).
El joven electricista se pertrechó con todo el equipo de seguridad individual necesario: guantes, cascos, botas y arnés. Y la “cuerda de vida” para evitar su caída al vacío si daba un mal paso. Antonio creía que su encargado había supervisado que la torre no estuviera electrificada (era una línea que sustituía a otra vieja), pero no fue así. Por eso, cuando tocó el cable, un fuerte latigazo le recorrió por todo el cuerpo. “Me quedé colgado del arnés y perdí el conocimiento. Cuando lo recuperé grité que me bajaran, pero el encargado me dijo que no podía porque estaba solo. Finalmente, me cogió y me bajó”, recuerda. “Tenía el brazo calcinado y destrozado. Estaba aturdido y pregunté: ¿qué me ha pasado? El jefe de la empresa llegó al poco tiempo y me dijo que estuviera tranquilo, pero que no mirara hacia los lados”, afirma.
«Me di cuenta yo que me faltaban los brazos»
Un helicóptero de emergencias lo trasladó al centro sanitario Virgen del Rocio de Sevilla. “Perdí de nuevo la conciencia y desperté en el hospital. Fue entonces cuando noté que no tenía los dos brazos, ni la pierna derecha. Nadie me lo dijo. Me di cuenta yo, Lo único que se me pasó por la cabeza es que estaba vivo y que si un atleta puede correr, yo también podré”. 26 días en la UCI, 15 en la una planta de hospital y 249 en Madrid, en el Hospital Universitario Jiménez Díaz, para ponerle las prótesis y hacer rehabilitación.
“La empresa en la que trabajaba no me ha ayudado en casi nada. Solo uno de los jefes me llamó para preguntarme cómo me encontraba. Es increíble como en una milésima de segundo te puede cambiar la vida”, reflexiona el joven. Sus padres le miran y asienten. “Con 15.000 voltios de electricidad se puede iluminar un pueblo”, calcula este electricista.
Antonio no solo ha necesitado ayuda médica, sino también psicológica y neuropsicológica. El llamado “dolor del miembro fantasma” en las extremidades no le ha desaparecido. En ocasiones, le dan una especie de escalofríos. “Me siento mi mano como si la tuviera. Me quema, me abrasa, como si me estuvieran arrancando las uñas”, recalca. Se ha mentalizado que este dolor lo tendrá “toda la vida” y que debe aprender a convivir con él. “Me gustaría que tuviera una vida en condiciones y lo más normal posible”, agrega la madre. El ánimo con que se enfrenta este joven a su situación es envidiable. “Estoy vivo”, repite una y otra vez.