«Cuando iba cayendo al vacío le pedía a Dios que no me dejara morir»

El joven que se precipitó desde 30 metros de altura en Santa Fe contó su experiencia. Con humildad y asombro, relativizaba ayer la espectacularidad de su accidente.


El hombre que volvió a nacer. Juan Carlos lee ayer en La Capital la noticia de su accidente.

Santa Fe.- «Cuando iba cayendo al vacío le pedía a Dios que no me dejara morir. Y después, le agradecí». Juan Carlos Aguirre, el albañil y pintor de 27 años que cayó el jueves de unos 30 metros cuando estaba pintando un edificio contó su experiencia. Lo hizo rodeado de su familia, que ayer lo acompañaba en medio de sonrisas. Sin estridencias, Juan Carlos relativizó su historia, que conmovió a la capital provincial y fue noticia en todo el país.

Se reponía ayer en el Sanatorio Garay, de esta capital, adonde fue trasladado. Periodistas, fotógrafos y camarógrafos desfilaron por la habitación 201 buscando registrar su experiencia de haber salido ileso del accidente.

Aguirre no lo entiende del todo. Nadie que está colgado a 30 metros de altura pintando la pared de un edificio, cae al vacío y se salva, deja de ser noticia. Pero el joven, lejos de asumir impostación alguna o de adornar su relato (lo que habría sido esperable) quita dramatismo al hecho: «En realidad la caída de 30 metros fue estando yo atado y quedé colgado. Cayó la silla, los baldes, pero yo tenía arnés de seguridad. Al quedar colgado a pocos metros del techo de la casa vecina me desaté. Entonces mi caída libre no fueron los 30 metros en total. Del techo, caí al patio de césped, por eso no perdí el conocimiento ni me hice daño», dijo.


En su rostro, el joven evidencia unas escoriaciones importantes y una herida sangrante en un párpado que le provocó un hematoma que le rodea un ojo hinchado. La cara da un aspecto de haber sido golpeado fuertemente. Los médicos piensan que al caer atado golpeó, una o más veces, contra la pared con la cara y un hombro. Aguirre no recuerda esos golpes, cuyos rastros son visibles.Prefiere creer, en cambio, que se lastimó “rascándose con la mano” y refiere que la herida del párpado se la pudo haber causado también él mismo al intentar sacudirse. Sus brazos todavía están teñidos de la pintura blanca que en la caída se derramó sobre él.

En síntesis, para Aguirre su golpe no fue tan fuerte como han concluido los médicos que debió haber sido para causarles las leves lesiones que tiene, ni tampoco tan espectacular como para que la prensa del país le preste atención. Un ejemplar de La Capital de ayer donde se publicó la crónica que dio cuenta del accidente fue de mano en mano por la habitación.

“Tras caer yo me levanté tranquilo, me puse a mirar para arriba, caminé y me puse a analizar qué me había pasado”. Y dedujo que “se desató la soga a la roldana madre y por eso cayó al vacío”.

Contó que “cuando venía cayendo al vacío le pedí a Dios que no me quería morir, repetía eso y tenía la imagen de mi hijo presente. Cuando me paré, agradecí a Dios por no dejarme morir. Los vecinos que se acercaron tras escuchar el ruido de mi caída no podían creer que me hubiera salvado. Un chico que vive en el edificio y estudia en la Cruz Roja me hizo primeros auxilios y me ayudó para que yo no me desesperara. Dios me lo mandó a él”.

Mientras besa a sus hijos, Ismael Ezequiel, de 6 años, y Araceli, de 3, y aprieta la mano a su mujer María Romero, este joven que vive en el Barrio Acería de la ciudad y sostiene que nada le falta porque “gracias a Dios” tiene un empleo “que nos permite vivir dignamente”. Y asiente cuando su mamá Helena explica desde dónde la familia mira el hecho que la puso en el foco de la atención mediática.

“Cuando Juan Carlos tenía 6 años ingresamos a la Iglesia Evangélica y desde entonces conocemos al Señor. El jueves estaba yo en el templo en una jornada de oración cuando un hermano me avisó que debía ir al hospital porque mi hijo se había accidentado —contó Helena—. Al subir al auto me encomendé al Señor. Llegué al hospital Cullen y la gente comenzó a preguntarme si era la mamá del chico que había nacido de nuevo. En la Guardia me dijeron que no es fácil caer de 30 metros y ahí quedé tildada, al saber lo que había pasado, pero entré y lo vi sonriente. El Señor me había escuchado. Un día antes otro hijo mío había chocado con su moto y también salió ileso. Si él hubiera muerto, yo seguiría creyendo en el Señor sólo le pedí consuelo por si el tenía que partir”, remató.

Fuente: www.lacapital.com.ar

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