Mate, guiso carrero y ducha de agua fría

«Si no te gusta, te vas», es la frase más escuchada en las obras en construcción, en las que los trabajadores, mayoritariamente inmigrantes, trabajan de sol a sol. Pero literalmente. Duermen en cuchetas o en el piso sobre cartones en pequeñas habitaciones de paredes de fenólico para siete u ocho trabajadores, que no tienen baño, hasta que el capataz los despierta a las 6.30, antes de que salga el sol. Apuran un mate cocido o unos verdes con pan del día anterior, forman fila para firmar la planilla y a las 7 comienzan la jornada de once horas.

«En la construcción no hay horas extra, son todas horas normales. Ni sábado inglés, trabajan hasta las seis de la tarde como todos los días. Los que son de acá no trabajan los domingos, pero los de afuera trabajan hasta los domingos a la mañana», denuncia un operario rosarino por adopción, que recuerda las épocas en las que trabajaban «jornadas de entre 14 y 16 horas en el Jumbo (en la zona norte)».

Al mediodía paran un rato para almorzar un mate cocido (como en el cuento de Jaimito, quien le mentía a la maestra diciendo que había comido tres tazadas de ravioles) y un sandwich de mortadela o salchichón, y a seguir yugando hasta las 18, cuando vuelven a formar fila para firmar la planilla y para darse una ducha con agua fría, aunque sea pleno agosto, en el baño común del fondo del obrador.

Fuente: Diario La Capital

Como las muñecas rusas

La explotación laboral de albañiles, carpinteros y yeseros inmigrantes de países vecinos y de provincias del norte argentino en Rosario y su zona conforma una compleja trama donde participan empresas constructoras que contratan y subcontratan cada trabajo como un juego de muñecas rusas, por un lado, y la llamativa miopía de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (Uocra) y de los organismos oficiales de control, como la Secretaría de Trabajo de la provincia, las aseguradoras de riesgos del trabajo (ART), la Superintendencia de Riesgos del Trabajo y el Ministerio de Trabajo de la Nación, por el otro.

Cuando una constructora emprende la obra, los trabajos se delegan en una extensa cadena de firmas contratistas y subcontratistas. «Buscan celeridad, entonces le dan (el trabajo de) las aberturas a una empresa, el gas a otra, la plomería a otra, las terminaciones a otra, y así se van armando cadenas de contratistas y subcontratistas que pueden llegar a 10 o 12 compañías», dijo un viejo conocedor del paño.

Tejen así una telaraña de empresas contratistas y subcontratistas, en la que se entrecruzan y diluyen las responsabilidades empresarias por las condiciones de trabajo, de seguridad y de vida de los obreros inmigrantes, que son explotados con la connivencia de casi todas las partes, en una virtual asociación ilícita.

«Cuando hacen un edificio, lo primero que terminan son las estructuras del subsuelo y del primer piso, donde ponen a vivir a los trabajadores de afuera», sorprende una fuente con años en las obras en construcción.

El paisaje de las numerosas obras en construcción de la ciudad está poblado de trabajadores paraguayos, bolivianos, misioneros, correntinos, chaqueños, santiagueños y formoseños. «Hay gente sin oficio que viene a trabajar en las obras porque la construcción es la salida», resume un trabajador que pide reserva de identidad por temor a las represalias.

Justamente, la construcción es el sector de la economía que más puestos de empleo ha generado en los últimos años, según los datos del Ministerio de Trabajo.

La construcción generó 11.184 nuevos puestos de trabajo en junio, lo que representó un aumento del empleo de 3,4 por ciento con respecto a mayo y de 25,6 por ciento en relación con junio de 2005, según un informe oficial, en base al reporte elaborado por el Instituto de Estadística y Registro de la Industria de la Construcción.

El boom de la construcción en Rosario genera un déficit de mano de obra calificada, al extremo que la semana pasada apareció un clasificado en La Capital que ofrece 70 pesos diarios a oficiales albañiles. «Hay yeseros bolivianos que negocian el precio de un trabajo con un contratista y le meten pata para terminarlo cuanto antes», informa un obrero de la construcción.

«Un trabajador de la construcción cobra unos 3,50 pesos por hora si es de afuera porque el de acá no trabaja por menos de cinco o seis pesos la hora», advierte un operario que acaba de ser despedido de una obra de la ciudad.

Y los números parecen redondos para las empresas constructoras, según cuenta un referente de la ONG que pinta los cascos amarillos en cada obra donde murió un trabajador: «En un departamento de 60 o 70 mil dólares el costo de la mano de obra y de seguridad no llega al dos por ciento».

Fuente: Diario La Capital

Desde el andamio

Cascos amarillos. Jorge Madera era un trabajador chaqueño que hacía tres meses que había llegado desde su pago cuando murió el 6 de junio de 2005 en la obra del edificio de Tucumán y avenida Belgrano, en cuyo frente hay un casco amarillo que fue pintado por una organización no gubernamental (ONG) de defensa de los derechos de los obreros de la construcción muertos en accidentes. â??Ya tenemos pintados 15 cascos, pero hay una lista de casi 70 muertos en la construcción en Rosario, el Gran Rosario y el sur de Santa Fe, que vamos a pintar en cada obra donde haya caído un compañeroâ??, confió un referente de la ONG Asociación de Víctimas de Accidentes en la Construcción.

Perros verdes. En un paisaje de condiciones laborales medievales, propio de señores feudales y sus siervos de la gleba, sobresale un puñado de empresas constructoras que sorprenden por su apego al cumplimiento de las normas de seguridad de sus trabajadores. â??Hay empresas con las que hay que sacarse el sombrero, como Ingeniero Pellegriné y un par más, que tienen las normas de calidad ISO 9001, que causan envidia y en las que a uno le gustaría llegar a trabajarâ??, advierte un trabajador que se desempeñó en distintas obras de la ciudad y del país.

Domingo inglés. A contrapelo de la histórica conquista del sábado inglés que lograron los obreros británicos en el siglo pasado, los trabajadores inmigrantes de la construcción de las obras de Rosario y del resto del sur de la provincia no sólo no gozan de ese derecho sino que, además, trabajan el domingo a la mañana. En la práctica han reemplazado la conquista del sábado inglés por la sobreexplotación de trabajar durante toda la jornada sabatina y de no gozar siquiera del descanso dominical.

Edificio porá. A la tardecita, los tres inmigrantes trabajadores de la construcción estiraban una cerveza en el balcón de un departamento del primer piso del edificio de los concejales â?? como lo conocen los vecinos â??, en Pichincha (ex Riccheri) 75 bis. El inmueble construido por la Asociación del Personal Legislativo de Santa Fe (Apel) está deshabitado, motivo por el cual sorprende que un grupo de operarios que trabajan en obras de la zona habiten un edificio tan â??poráâ?? (lindo en guaraní), como le dicen ellos.

Sin red. El proyecto de la concejala radical rosarina Adriana Taller de instalar redes de contención obligatorias en las obras en construcción sólo quedó en un gesto de buena intención. Desde entonces murieron 29 obreros de la construcción en el sur provincial, pero la lista sería mucho mayor porque no existen estadísticas oficiales. La mayoría de los accidentes son provocados por la caída de trabajadores desde la altura, sin arneses ni condiciones mínimas de seguridad. Trabajan, literalmente, sin red.

Fuente: Diario La Capital

El puente a Victoria, entre mitos y muertos

Obreros creen que los decesos se pudieron evitar.

El puente Rosario-Victoria, erigido como símbolo del boom rosarino, tiene su deuda interna en los tres trabajadores muertos durante su construcción. «Hubo tres casos: el de un boliviano al que le cayó encima una malla de contención; el del soldador Enrique Bauer, que se cayó al río sin casco ni chaleco salvavidas ni estar atado, y otro del entrerriano Spinetti, que murió aplastado por un tractor», confía un ex operario de la obra.

El caso paradigmático fue el de Spinetti, de 29 años, quien murió arrollado por un vehículo. «El capataz lo obligó a tirarse debajo del tractor, que estaba en pendiente. El no quería tirarse ahí, pero tuvo que hacerlo. Hasta que zafó la traba y el tractor lo aplastó», denunció un compañero de trabajo. «Al capataz lo querían matar», recordó con amargura.

El accidente de Bauer generó un paro de un día de los 130 trabajadores de la obra en reclamo por las medidas de seguridad y finalmente la Justicia condenó a Puentes del Litoral a indemnizar a su familia con más de 200 mil pesos.

Otro accidente, pero con suerte, ocurrió un día de lluvia torrencial, cuando el capataz obligó al chofer de un colectivo a salir con los operarios hacia la obra del puente. «Era una mañana que caía un diluvio, estaba todo embarrado y ninguno quería salir. Entonces el capataz le dijo al chofer: «Salís o te vas». Y tuvo que salir hasta que volcamos. Ese día hasta nos sacaron por radio», recuerda uno de los operarios.

Un mito urbano de la historia de la construcción del puente Rosario-Victoria da cuenta de un trabajador que habría muerto al caer en el hueco de uno de los pilotes cuando echaban el hormigón fresco, algo que una fuente consultada desmiente: «Eso es algo que se dice, pero que no es cierto. No hubo ningún trabajador de la obra del puente que haya muerto de esa manera. Sí hubo un caso de ese tipo en Yaciretá, donde cayó un compañero. Son máquinas que no se pueden parar inmediatamente y el trabajador se hundió por el peso del hormigón».

En la Argentina la ley considera trabajo de altura a cualquier actividad que sea hecha por encima de la estatura del trabajador. Sin embargo, la mayoría de las empresas constructoras, de los sindicatos y de los entes de control parece que no están a la altura de las circunstancias.

Fuente: Diario La Capital

Más de 1.500 albañiles migrantes viven en obras en construcción

La deuda interna. Vienen con sus familias, son más baratos que los obreros locales y la mayoría come en ollas populares. on paraguayos, bolivianos y del norte argentino, y trabajan hasta los domingos sin condiciones de seguridad.

Quizá el accidente del albañil paraguayo de 22 años Ariel Alonzo, quien el jueves 10 de agosto se cayó del cuarto piso de la obra en construcción del edificio de Jujuy 2727 y murió a poco de ingresar al Hospital de Emergencias Clemente Alvarez, sea solamente la punta del iceberg.

En realidad, detrás del boom de la construcción, que suma la friolera de unos 1.800 edificios en Rosario, existen más de 1.500 albañiles, carpinteros y yeseros paraguayos, bolivianos y de provincias del norte argentino que trabajan en negro, con jornadas diarias de once horas, sin horas extra, sábado inglés, domingo ni las mínimas condiciones de seguridad; y muchos de ellos viven con sus familias en las propias obras o en galpones, pensiones o casas cercanas, en condiciones insalubres.

A modo de muestra, en la obra de las megatorres que se levantan en la avenida de la Costa y Francia, donde a principios de año demolieron los viejos silos cerealeros, trabajan unos 220 operarios, de los cuales 150 viven con sus familias en unas precarias piecitas de material y madera, con techos de chapas de cinc, de unos nueve metros cuadrados cada una y sin baños individuales.

Otro grupo de unos 20 paraguayos y norteños vive en el galpón de la ex fábrica de Jugos Jaimito, en Gorriti 357 y 361, y trabaja en distintas obras de la misma empresa constructora. Asimismo, unos 20 trabajadores inmigrantes habitan el primer piso de la casa de Jujuy 2229, y unos 18 yeseros bolivianos y de provincias del norte habitan una obra de un edificio de bulevar Oroño al 300.

Hasta hace un par de semanas un grupo de carpinteros y albañiles paraguayos vivía con sus mujeres en una vieja pensión de Jujuy 3234. «Dijeron que salía muy caro y se los llevaron. Vinieron con una camioneta y los cargaron a todos. Las mujeres se volvieron a Paraguay y aquí quedó una sola», confió un habitante de la pensión, que pidió mantener su nombre en reserva.

Confraternidad

«Argentina/Paraguay» reza el graffiti pintado con aerosol rojo sobre la pared de ladrillos desnudos de las habitaciones donde vive un centenar y medio de trabajadores de la obra de la costanera y Francia.

Las paredes de ladrillo sólo llegan a los dos metros de alto, pero el metro de altura restante fue completado con muros de fenólico (la madera reconstituida) y techos de chapas. Así construyeron pequeñas habitaciones separadas con tabiques de fenólico, pero sólo un puñado de trabajadores tiene baños propios, mientras la mayoría debe caminar unos 50 metros hasta el sanitario común, en el fondo del obrador.

«Acá tenemos trabajo y nos pagan bastante bien. Lo que sí haría falta es un poco de comodidad, como los baños. A ver si ustedes pueden hablar con las autoridades», se animó a contar Teodoro, un experto albañil de piel café con leche que vino del norte, cuando habló con La Capital mientras compraba medio kilo de pan para la cena.

Un ayudante de albañil o de carpintero gana unos tres pesos por hora en Rosario, mientras en el norte argentino cobraría unos dos pesos «si consigue trabajo», como bien aclara Teodoro, quien no conocía la ciudad y calza unas ojotas todoterreno. «Me gusta Rosario, pero cualquier lugar es lindo si tenés trabajo y te pagan», advierte este hombre de cincuenta y pico, que atesora la bolsita del pan de supermercado y las chirolas del vuelto entre sus manos curtidas.

Un chamamé suena de fondo y se mezcla con el llanto de un bebé, junto a los gritos cercanos de unos pibes que juegan en las pequeñas habitaciones donde viven con sus familias. «Algunos alquilan algo afuera, pero son los que andan mejor», confía un ayudante de carpintero que no se anima ni a dar su nombre, en la puerta del supermercado del barrio.

La gente cocina en las habitaciones en pequeños anafes a gas de garrafa, aunque también hay un casino donde venden comida. â??En el casino cocinan bien, pero nosotros compramos el pan y la leche para el desayuno y la cena porque sino se nos va todo lo que ganamosâ??, se excusa Teodoro.

â??Con unos 400 pesos por quincena, si alquilan y compran comida se quedan sin plata, así que la mayoría de los que son de afuera vive en las obras y se cocinan. El día lo pasan con mate, naranjas, pan y leche fría. A veces al mediodía paran un ratito para tomar unos mates o mate cocido con una fiambrada o unos panchos o hamburguesas, pero a la noche comen bien, hacen una vaquita y cocinan un guiso carrero, con carne y un poco de todo, en una olla popularâ??, cuenta un trabajador que durante años compartió la vida con los inmigrantes en varias obras.

Esclavitud legalizada

Los trabajadores nómades que viven en las obras se sienten en deuda con la empresa constructora porque se ahorran el alquiler y esta situación opera como una presión extra para aceptar condiciones de trabajo y de vida más indignas aún que las que sufren sus pares rosarinos. Esa estancia es naturalizada por las compañías, el sindicato, las ART y hasta los funcionarios de las carteras laborales.

Como bien define un plomero que pasó por una gran cantidad de obras: â??Es la esclavitud legalizada, bien dibujada y, sobre todo, amparada. ¿Quién va a ir a hacer una denuncia a la Secretaría de Trabajo? Olvidate, eso acá no existe. La gente de Rosario trabaja una quincena y se va. Las empresas quieren celeridad y contratan a los inmigrantes porque trabajan rápido y hay que rescatar que son responsables y laburan. Los de afuera viven en la obra porque se ahorran el alquiler y tiran durante el día con mates, pan y naranjas, pero a la noche comen bien, no son ningunos giles. Para ellos esto es Manhattanâ??.

Miguel Pisano / La Capital

Fuente: Diario La Capital