Los técnicos inyectan nitrógeno para impedir explosiones en tres reactores dañados por el tsunami del pasado 11 de marzo.
Un operario de Tepco mide el nivel de radiactividad en la planta de Fukushima
¿Puede haber nuevas explosiones en la siniestrada central nuclear de Fukushima 1? Eso es lo que intentan impedir los técnicos de la Compañía Eléctrica de Tokio (Tepco) antes de llevar sus reactores, fundidos parcialmente, a una «parada fría» a mediados de este mes. Para ello, los reactores deben permanecer por debajo de 100 grados durante un tiempo prolongado antes de su completo desmantelamiento.
Jugándose de nuevo la vida como «kamikazes» suicidas, los operarios empezaron ayer a inyectar nitrógeno en las vasijas de contención de los reactores 1, 2 y 3 con el fin de reducir las concentraciones de hidrógeno, que fue la causa de que estallaran poco después de que el tsunami del pasado 11 de marzo golpeara la planta atómica.
Las olas gigantes, que llegaron a ser de más de quince metros y se cobraron más de 20.000 vidas, inutilizaron la parada automática de los reactores e inundaron la central, dañando su sistema de refrigeración y haciendo subir la temperatura hasta que se fundieron los reactores.
Dichas explosiones liberaron a la atmósfera tal cantidad de partículas radiactivas que el Gobierno nipón se vio obligado a evacuar a unas 80.000 personas que vivían en un área de 20 kilómetros alrededor de la central, una auténtica «zona muerta» a la que no podrán regresar durante décadas. Incluso en otras localidades a 40 kilómetros de distancia de la planta atómica, como Iitate, se detectaron peligrosas concentraciones de yodo y cesio y la radiactividad alcanzó puntos de Japón a 500 kilómetros de la planta atómica.
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