El martes comenzará en la Justicia Federal de Córdoba el proceso por la explosión ocurrida el 5 de diciembre de 2007.
Clausurado. Policía Federal de Río Cuarto”. Las fajas de clausura están pegadas en las puertas laterales del enorme galpón abandonado que se ubica en predios de la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC), a 30 metros de una guardería (mirá la infografía).
En esa estructura preensamblada, funcionó hasta el miércoles 5 de diciembre de 2007 la Planta Piloto de Ingeniería Química. Ese día, una explosión arrasó con todo, destruyó familias y cambió para siempre el destino de investigadores, profesores y alumnos.
Hubo adolescentes y mujeres que se arrojaron de la planta espantados por las llamas. Con el transcurso de los días, seis de los numerosos heridos murieron tras una dolorosa agonía.
Hoy, nadie se acerca a ese escenario trágico. A pesar del calado pequeño de las mallas metálicas que protegen los sucios vidrios del abandonado edificio, se puede observar la destrucción. La deflagración pulverizó gran parte de la planta. Aulas del primer piso permanecen carbonizadas.
Lo que puede considerarse como el más grave accidente en un establecimiento universitario del país fue producto de una serie de irregularidades y negligencias por las que siete personas serán juzgadas a partir de este martes por el Tribunal Oral Federal en lo Criminal N° 2 de la ciudad de Córdoba.
Los siete acusados son profesionales de la ingeniería y seis de ellos eran funcionarios y/o investigadores de la UNRC. A estos se agrega el representante de la empresa De Esmet Saic, con sede en Buenos Aires, que había firmado un convenio con la cuestionada (en la Justicia Federal y, a nivel interno, por la propia universidad riocuartense) Fundación de la UNRC para un proceso de extracción de aceites en un proyecto de biodiésel.
Alto riesgo. La parte privada, que es una multinacional, aportaba una insignificante suma para el proyecto, que contemplaba la utilización de 13 tambores de 200 litros con miscela (mezcla de hexano y aceite) a distintas concentraciones, conectados con un caño colector.
El hexano es un producto tóxico y muy inflamable. Se trata de un líquido incoloro de olor desagradable, muy parecido al del petróleo. Técnicamente, es un hidrocarburo, compuesto únicamente por átomos de hidrógeno y de carbono, y se lo obtiene del petróleo.
Algo de hexano se encuentra en los combustibles y se lo usa mayormente en la extracción de aceites de semillas, como disolvente y en la fabricación de adhesivos, lacas, cementos y pinturas. Es un material sumamente inflamable y volátil.
Por sus propiedades como solvente, es un producto de uso común en los laboratorios químicos y se lo venía usando en la UNRC, pero en cantidades muy pequeñas. El vapor es más denso que el aire y puede extenderse a ras del suelo, con posible riesgo de ignición.
El hexano reacciona con oxidantes fuertes y causa peligro de incendio y explosión. Las mezclas vapor/aire son explosivas. Todos estos antecedentes están volcados en estudios técnicos que obran en el expediente judicial.
Interesada. El interés de la empresa De Esmet Saic en el convenio radicaba en el protagonismo del ingeniero Miguel Mattea, científico reconocido internacionalmente, a cargo del Grupo de Investigación y Desarrollo en Productos Oleaginosos (Gidpo).
La investigación determinó que el peligroso proyecto se inició cuando aún no se había firmado el convenio entre la empresa y la Fundación de la UNRC. En cuan to a la utilización del hexano, como la Universidad no contaba con el permiso, los “socios” solicitaron a la Aceitera General Deheza que les facilitara los 13 tambores con 2.600 litros del hidrocarburo.
Por la peligrosidad del proyecto, se resolvió que los investigadores del Gidpo trabajaran a partir de las 18, cuando no había gente en toda la planta; sin embargo, ese requisito tampoco se cumplió, ya que la explosión se produjo a las 10.
Las pericias de Bomberos de la Policía Federal, del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (Inti) y de otros organismos demuestran que no había conductos y otros elementos antiexplosivos y que las instalaciones eléctricas eran un verdadero desastre.
Lo más grave es que dos años antes de la trágica explosión, la Sindicatura General de la Nación (Sigen) había advertido sobre graves fallas de seguridad en el ámbito de la Universidad Nacional de Río Cuarto.
En la causa judicial, hay un grave reproche hacia los encargados de la Comisión de Higiene y Seguridad, organismo “inexistente” a la hora de supervisar la seguridad de las instalaciones.
“Se llega así al momento del suceso, con una estructura peligrosa de por sí, constituida por un área única de experimentación donde se desarrollaban diversos proyectos sin adecuada sectorización ni barreras que pudieran interferir un posible escape o derrame de fluidos peligrosos y consecuente incendio y explosión, a pocos metros de las oficinas donde se hacía el trabajo administrativo y de las aulas donde se dictaban clases y se tomaban exámenes”, es una de las conclusiones que se advierte en el expediente.
Se alude luego a las instalaciones eléctricas “con deficiencias de todo tipo” y a las conexiones de gas “con deficiencias en el tendido y pérdidas en algunos sectores y con la presencia de equipos que funcionan a llama libre, alimentados a gas, tales como autoclaves, mecheros y estufas”.
La investigación señala finalmente que en ese marco se inserta la presencia del hexano, “en cantidades que exceden largamente el máximo admitido por las reglamentaciones, en un circuito experimental construido con materiales poco seguros y sin adecuada ventilación. Aunadas una y otras condiciones se producen el incendio y las explosiones”.
Habla la viuda. “Es importante tener en cuenta cómo se trabajaba en la Universidad. Así pasa en el país: después de que ocurre algo, todos se sorprenden como si estuviéramos en el Primer Mundo. Acá, las personas que tienen que firmar, ver, autorizar, quizá no iban nunca. Hoy se preguntan cómo nadie controló los tambores que ingresaron; tal vez no controlaban nunca, ni eso ni nada”, afirma Mabel Gremiger, viuda de Miguel Mattea.
La mujer sostiene que su esposo trabajaba “con lo que había”. “Fui fiel testigo de que a veces había un curso, venía gente de todos lados y yo le iba a ayudar a limpiar, a acomodar, todo a pulmón”, recuerda.
“Miguel era muy honesto, y la investigación era su mundo, todos lo conocían así, era intachable y por eso se ganó el respeto de todos”, agrega la mujer.
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