Diez años después de Fukushima la seguridad sigue siendo el mayor reto de la energía nuclear

Hace diez años, el 11 de marzo de 2011, el mayor terremoto jamás registrado en la historia de Japón sacudió la costa noreste del país. A este terremoto le siguió un tsunami que se adentró hasta diez kilómetros en tierra, y cuyas olas llegaron a alcanzar alturas superiores a los 43 metros en algunas zonas. En solo unos segundos barrió del mapa ciudades enteras.

El desastre dejó un saldo de cerca de 20 000 muertos y desaparecidos. También destruyó la central nuclear Fukushima Daiichi y desperdigó materiales radioactivos por un área muy extensa. El accidente provocó grandes desplazamientos de población y cuantiosas pérdidas económicas, y también precipitó la decisión de apagar todas las centrales nucleares de Japón. Una década después la industria de la energía nuclear aún tiene pendiente el cumplimiento pleno de todos los requisitos de seguridad que el desastre de Fukushima dejó al descubierto.

Somos dos académicos, uno especializado en ingeniería y otro en medicina y políticas públicas, y hemos asesorado a nuestros respectivos gobiernos en temas de seguridad relativos a la energía nuclear. Kiyoshi Kurokawa presidió una comisión nacional independiente conocida como NAIIC y auspicia por la Dieta de Japón para investigar los motivos que estuvieron en el origen del accidente de Fukushima Daiichi. Najmedin Meshkati fue miembro y asesor técnico de un comité creado por la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos para determinar las lecciones que se podían aprender de este suceso, y a partir de ellas hacer que las centrales nucleares estadounidenses fueran más fiables y seguras.

Estos análisis y muchos otros concluyeron que el episodio de Fukushima fue un accidente que, aunque desencadenado por factores medioambientales, estuvo motivado por fallos humanos que podían y debían haber sido evitados. Entre los expertos se produjo un amplio consenso sobre el hecho de que las causas fundamentales del accidente fueron la permisividad de los mecanismos de supervisión en Japón y una cultura de la seguridad ineficaz en la empresa que operaba la central.

Estos problemas ni mucho menos son exclusivos del país asiático. Y es que, en la medida en que hay centrales nucleares comerciales por todo el mundo, creemos que es fundamental que todos los países aprendan las lecciones de Fukushima y sigan mejorando la seguridad de sus instalaciones.

Fracaso a la hora de trazar una buena planificación y anticiparse

El desastre de 2011 asestó un doble golpe devastador a la planta de Fukushima. Primero el terremoto de magnitud 9 cortó el suministro eléctrico que venía del exterior, y luego el tsunami abrió una brecha en el muro de protección que separaba el complejo del mar e inundó varias de sus zonas.

Estas inundaciones inutilizaron los mecanismos de monitorización, control y refrigeración de varias unidades del complejo, que poseía seis reactores. Y a pesar de los esfuerzos heroicos de los trabajadores de la central, tres reactores sufrieron graves daños en sus núcleos radioactivos y tres edificios de reactores se vieron afectados por las explosiones de hidrógeno.

Las fugas de materiales radioactivos contaminaron el suelo de Fukushima y el de varias prefecturas vecinas. En torno a 165 000 personas tuvieron que abandonar la zona, y el Gobierno japonés estableció una zona de exclusión en torno a la planta que, en su momento de mayor extensión, abarcó 807 kilómetros cuadrados.

Por primera vez en la historia del Japón constitucional y democrático, el Parlamento aprobó una ley para la creación de una comisión nacional independiente que investigara las causas del desastre. En su informe, dicho organismo concluyó que la Comisión de Seguridad Nuclear del país nunca había sido independiente ni respecto al sector ni respecto al poderoso Ministerio de Economía, Comercio e Industria, partidario del uso de la energía nuclear.

Por su parte, la empresa operadora de la planta, la Tokyo Electric Power Company (TEPCO), tenía antecedentes de incumplimientos en asuntos de seguridad. La empresa, además, había distribuido poco antes del desastre un informe de previsión de riesgos ante tsunamis relativo a la planta de Fukushima en el que claramente se subestimaba la amenaza.

La energía nuclear es responsable de la generación del 10 % de la electricidad mundial (TWh = teravatios/hora). Actualmente se están construyendo 50 nuevas centrales, pero muchas de las que hoy están en activo están muy envejecidas. World Nuclear AssociationCC BY-ND

Lo que ocurrió en la central nuclear de Onagawa, situada a 64 kilómetros de Fukushima, supone una historia muy distinta. La planta de Onogawa, que era propiedad y estaba operada por la Tohoku Electric Power Company, estaba más cerca del epicentro del terremoto. Y el impacto del tsunami en ella fue aún mayor. Tres de sus reactores, además, eran del mismo tipo y tenían la misma antigüedad que los de Fukushima, y estaban sometidos a una regulación de supervisión igualmente laxa.

Pero la central de Onogawa se apagó de forma segura y resistió sin daños graves. En nuestra opinión, esto se debió a que la planta de Tohoku tenía una cultura de seguridad muy bien establecida y de carácter proactivo. La empresa había aprendido de terremotos y tsunamis ocurridos en otros lugares (entre ellos el gran desastre de Chile de 2010) y no había dejado de mejorar sus medidas de prevención. TEPCO, sin embargo, pasó por alto o ignoró estas lecciones.

Captura regulatoria y cultura de la seguridad

Cuando una industria sometida a regulación se las arregla para embaucar, controlar o manipular a las agencias que la fiscalizan, volviéndolas serviles e ineficaces, el resultado se conoce como captura regulatoria. Tal como concluyó el informe de la NAIIC, Fukushima era un ejemplo de manual de este fenómeno. Según el informe, los reguladores japoneses “ni monitorizaron ni supervisaron la seguridad nuclear […] Evitaron llevar a cabo sus responsabilidades fundamentales al permitir que los operadores de las plantas aplicaran las regulaciones de forma voluntaria”.

La seguridad nuclear precisa de una regulación efectiva. Además, también es necesario que las plantas se doten de forma interna de una cultura de la seguridad, es decir, de un conjunto de actitudes y pautas de trabajo que conviertan los temas de seguridad en prioridades absolutas. Para un sector económico, la cultura de la seguridad equivale al sistema inmunitario del cuerpo humano, pues dicha cultura también protege frente a patógenos y pone freno a las enfermedades.

Una central que impulsa una cultura de la seguridad adecuada favorecerá que los empleados hagan preguntas y apliquen un punto de vista riguroso y prudente a todos los aspectos de su trabajo. También mejorará la comunicación entre los operarios y la dirección. Pero la cultura empresarial de TEPCO reflejaba una mentalidad típicamente japonesa en la que se primaban las relaciones jerárquicas y la obediencia y se penalizaba hacer preguntas.

Hay numerosas evidencias científicas de que existen factores humanos, como errores de las empresas operadoras o una cultura de la seguridad deficiente, que tuvieron un papel instrumental clave en los tres accidentes más graves que se han producido en centrales nucleares: el de Three Mile Island en Estados Unidos en 1979, el de Chernobyl en Ucrania en 1986 y el de Fukushima Daiichi en 2011. Y, a menos que los países que en este momento disponen de energía nuclear lo hagan mejor en ambos puntos, es probable que esta lista crezca.

Grado de seguridad nuclear global: Incompleto

Hoy existen 440 centrales nucleares en funcionamiento en todo el mundo, y se están construyendo en torno a 50 más en países como China, India, Pakistán, Bangladesh, Bielorrusia, Turquía o Emiratos Árabes Unidos.

Muchos partidarios de las centrales nucleares argumentan que, dada la amenaza del cambio climático y la necesidad creciente de generación de electricidad que no provenga de fuentes generadoras de emisiones de carbono, la energía nuclear debería tener un papel en el futuro mix energético global. Otras personas, sin embargo, son partidarias de abolirla; pero esto último no parece que vaya a ocurrir en un futuro próximo.

Desde nuestro punto de vista, las prioridades más urgentes son el desarrollo de estándares de seguridad más exigentes orientados al conjunto del sistema, el establecimiento de culturas de la seguridad robustas y la profundización en los lazos de colaboración tanto entre los distintos países como entre sus autoridades reguladoras independientes. En Estados Unidos estamos viendo con preocupación cómo ciertos indicadores apuntan a que la independencia del regulador se está debilitando, y también que las centrales se resisten a las presiones para interiorizar y llevar a cabo una serie de prácticas de seguridad internacionalmente aceptadas; prácticas como la de poner filtros adicionales para evitar fugas radioactivas procedentes de edificios de contención de reactores que poseen las mismas características que los de Fukushima Daiichi.

Un hombre con un traje antirradiación con respirador.
Najmedin Meshkati, uno de los autores de este artículo, resiste un terremoto agarrado a una barandilla de la sala de control de la central Fukushima Daiichi durante una visita en 2012. Najmedin Meshkati, CC BY-ND

Para nosotros, la lección más importante es la referida a la necesidad de contrarrestar el nacionalismo y el aislacionismo nucleares. La cooperación estrecha entre los países que están desarrollando proyectos nucleares resulta esencial por el auge de las fuerzas del populismo, el nacionalismo y el antiglobalismo.

También creemos que la Agencia Internacional de la Energía Atómica, cuya misión es impulsar el uso pacífico, fiable y seguro de la energía nuclear, debería urgir a sus estados miembros a que encuentren un equilibrio entre soberanía nacional y responsabilidad internacional cuando se trata de operar los reactores nucleares en sus respectivos territorios. Como bien le enseñaron al mundo los casos de Chernobyl y Fukushima, las fugas radioactivas no se detienen ante las fronteras nacionales.

Como primer paso, los países del Golfo pérsico deberían dejar a un lado sus disputas políticas y reconocer el hecho de que, con la puesta en marcha de una central nuclear en Emiratos Árabes Unidos y con otras planeadas en Egipto y Arabia Saudí, todos ellos tienen un interés compartido en garantizar la seguridad nuclear y en promover una respuesta colectiva en caso de emergencia. Y es que toda la región sería vulnerable a un escape radioactivo o a la contaminación del agua en caso de que se produjera un accidente nuclear en cualquier punto de la zona.

Creemos que el mundo sigue en el mismo punto crítico en el que se encontraba en 1989, cuando el entonces senador Joseph R. Biden Jr. esgrimió un perspicaz argumento:

“Hace una década, Three Mile Island fue la chispa que encendió la pira funeraria de lo que una vez fue concebida como una fuente de energía prometedora. Ahora que, en el actual contexto de calentamiento global, la industria nuclear le pide a la nación que vuelva a revisar este asunto, parece justo tener en consideración los esfuerzos que hacen los partidarios de esta energía para fortalecer los mecanismos de supervisión de la seguridad. Esto marcará la pauta y determinará si la energía nuclear se extingue, o por el contrario se convierte en un ave fénix.”

https://theconversation.com/diez-anos-despues-de-fukushima-la-seguridad-sigue-siendo-el-mayor-reto-de-la-energia-nuclear-156671

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