Médicos de Rosario del Tala dicen que las embarazadas expuestas a tóxicos pueden tener hijos malformados.
Rosario del Tala. Pobladores de la zona rural de esta ciudad denunciaron que padecen trastornos respiratorios y dermatológicos como consecuencia de la aplicación indebida de agroquímicos en los sembrados de soja que circundan el casco urbano.
Si bien varios vecinos que viven en barrios linderos a los campos revelaron a través de una radio local que en muchas ocasiones no se respetan las distancias para la aplicación de pesticidas, sólo dos personas radicaron denuncias formales en el Juzgado de Instrucción, por lo que el fiscal Samuel Rogkin tomó cartas en el asunto y se encuentra investigando los presuntos casos de intoxicación.
Una de las denunciantes, Silvia Frigo, directora de la escuela Juan José Paso, aseguró que poco después de que un avión fumigador aplicara plaguicidas por los alrededores de la institución y por sobre una de las viviendas cercanas, ella y tres de sus alumnos experimentaron erupciones en distintas partes del cuerpo, mientras que otros dos alumnos y un hermanito de ellos de seis meses sufrieron broncoespasmos.
«Consulté a tres médicos pensando que tenía sarna, pero me aseguraron que era una alergia. Los chiquitos no vieron a ningún profesional porque sus padres consultaron a curanderos, que les recomendaron bañarse con agua de espinillo para aliviar la picazón», explicó la docente a La Capital.
Frigo reveló que los pilotos «no cortan la estela de fumigante ni tienen conciencia del daño que producen. El otro día, cerca de la escuela una señora embarazada y su marido venían caminando por la calle y un avión practicamente los bañó con el líquido».
«Además, yo misma he visto cuando lavan las máquinas en las lagunas de la zona y contaminan el agua. Por eso hace unos días hubo gran cantidad de peces muertos».
María de los Angeles Duré fue la primera en manifestar públicamente que sufrió secuelas por el mal uso de agroquímicos. «Mi marido, mi hija de 7 años y yo, que estaba embarazada de tres meses, nos intoxicamos con un producto que usaron sobre un campo con soja cercano a mi casa y durante dos días tuvimos vómitos, colitis, malestar general».
«Me di cuenta de que se debía a que el producto cayó sobre las verduras de mi huerta que habíamos comido. Desde entonces tuve que controlar más seguido el embarazo y hacer reposo, porque a los seis meses comencé a tener contracciones. A los ocho meses nació mi beba, que estuvo una semana internada con monitoreo permanente», relató Duré.
«Gracias a Dios a la nena, que ahora tiene nueve meses, y al resto de la familia no nos quedaron secuelas. Pero los médicos me aseguraron que lo sucedido tenía que ver con las fumigaciones de los campos y me recomendaron que no me vuelva a embarazar porque puedo sufrir abortos reiterados, embarazos prematuros o tener un bebé con malformaciones», remarcó.
«Tampoco puedo tener contacto con ningún tipo de aerosol porque se me hicha el cuerpo. Además debo usar guantes en forma casi permanente porque ni siquiera puedo tocar el maíz para las gallinas porque está curado, y cuando fumigan cerca de mi casa me lleno de ronchas y me da picazón en la boca», expresó.
«La semana pasada me decidí a denunciar por radio lo que me está pasando porque otra vez pasó un avión blanco fumigando a pocos metros de mi casa y me broté a pesar de quedarme encerrada. Espero que ahora muchos se animen a denunciar esto, pero hay otros que no lo hacen por miedo, porque no quieren líos o no tienen cómo comprobarlo».
«Hay un vecino que periódicamente tiene que llevar su bebé a Paraná para atenderlo por problemas respiratorios y le dijeron a la esposa que no tenga más familia por diez años, pero no se atreve a decir nada porque su patrón tiene soja», señaló Duré.
Axel, el bebé de Maricel Bogao, nació sin los dedos de su pie izquierdo, con problemas en los testículos e insuficiencia renal crónica, por lo que debió permanecer internado casi tres meses en Paraná y recibir asistencia en dos oportunidades en el hospital Garraham de Buenos Aires.
La mujer vive en una precaria vivienda a escasos metros de la escuela Juan José Paso y a media cuadra de la casa de María de los Angeles, junto a su hijo y su esposo que desde hace más de dos años se dedica a la aplicación de agroquímicos, entre otras tareas rurales.
Dado que al bebé se le practicó una ureterostomía, la familia debe comprar el doble de pañales y leche, que le demanda un gasto mensual de unos 400 pesos, sin contar las próximas intervenciones que deberán practicarle para que orine normalmente.
«A veces no tenemos ni para comer porque no tengo planes sociales ni ayuda para enfrentar la enfermedad de Axel. Mi marido se dedica a las fumigaciones porque no tenemos otra cosa», señaló Maricel.
«Cuando estaba embarazada, las ecografías mostraban al bebé con dos manchas negras en la panzita que resultaron ser los riñones llenos de líquido. A raíz de esta complicación lo primero que me preguntaron los médicos fue si mi marido alguna vez estuvo expuesto a plaguicidas», recordó.
Lizi Domínguez / La Capital