14-02-2011 |
«Compañeros, a ustedes no les van a hacer nada. Esto es para que se termine nuestra esclavitud», dijo Rubén Ortiz, delegado la CTA (Central de Trabajadores Argentinos) de Misiones, quien fue el mediador de un operativo sorpresa en el que participaron agentes de la Afip local, la Policía Federal y el Sindicato de Tareferos.
El objetivo del operativo, presenciado por un equipo periodístico de la agencia de noticias Télam y que se realizó el viernes pasado al mediodía, era verificar las condiciones de trabajo en un monte yerbatero del paraje Guatambú, en el departamento de Montecarlo, ubicado a 187 kilómetros al norte de Posadas.
Hasta el momento de la llegada de los inspectores, siete adultos y un niño se encontraban a la espera del camión que certificaría la cantidad de yerba recogida y el pago correspondiente: 16 pesos cada 100 kilos de materia prima acumulada.
No hicieron falta muchas preguntas para comprobar hacinamiento, trabajo informal, incumplimiento del jornal diario, trabajo infantil, pagos irregulares, exorbitantes descuentos por los alimentos consumidos y la identidad de los responsables de una constatada injusticia social.
Al borde de un camino rural, a 3 kilómetros de la ruta que conduce a las maravillosas Cataratas de Iguazú, los trabajadores de la yerba mate se encontraban realizando el trabajo que el propietario Carlos Stopp y el contratista Carlos González les habían indicado hacer durante un mes.
Mientras la división de la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip) realizaba el habitual relevamiento de datos, el señalado Stopp pasó con su camioneta por la ruta, observó el operativo y siguió de largo.
«A estos tipos los dejan sin trabajo. El Estado tiene que hacer algo porque si no nosotros no podemos seguir. Tengo 13 compañeros de Caraguatay que están sin trabajo. Hay que llegar a una protección de desarrollo social para estos trabajadores, el Ministerio de Trabajo tiene que ofrecerles un plan hasta que empiece la cosecha», afirmó Ortiz mientras intentaba calmar los ánimos.
Dormir parados. Las condiciones indignas de trabajo se manifiestan en todas sus formas, como en las precarias carpas, levantadas con palos y un techo de naylon, que son el refugio de las noches en las que tienen que «rezar que no llueva», porque si no «tendrían que dormir parados bajo un árbol», según ellos denuncian. Tres carpas albergaban el sueño de los trabajadores, que acostumbrados a estas condiciones, sólo piensan en cumplir con el trato, pelear por unos pesos más, y acumular la yerba mate que irá a parar, seguramente, a los grupos productores más grandes de la provincia y, finalmente, a los consumidores.
Colchones desvencijados, cacerolas abolladas y un rifle de aire comprimido («es sólo para joder y por si aparece alguien de noche», dicen) acompañan las herramientas de trabajo que les suministró Carlos González, el jefe de cuadrilla.
González está señalado como el responsable del reclutamiento, la entrega de materiales de trabajo, la asignación de tareas, el pago semanal a destajo y la entrega de comida, que les era descontada de sus ingresos, cobrada a precios que duplican los valores habituales del mercado.
Sin agua potable. Sin acceso al agua potable, los yerbateros contaron que debían caminar mil metros para extraerla de un arroyo; que están expuestos a infecciones, picaduras y víboras, pero que el reclutador les niega el acceso al sistema de salud.
«Los hospitales para nosotros no existen», afirmó uno de los trabajadores, de 20 años, al señalar que «durante varios días González me prometió unas gotas para los ojos pero nunca me las trajo».
El trabajador tarefero, quien junto con su hermano ha decidido aceptar la tarea para «darle una mano al hombre» (por González), trabajó durante más de una semana con un ojo lastimado.
Ojalá se termine. «Ojalá que un día termine todo esto, sabemos que estamos trabajando de una manera injusta», expresó el capataz de la cuadrilla y padre de un niño.
El hombre dijo: «No quiero que mi hijo haga lo que yo hago, lucho para que no llegue a esto», afirmó mientras cuenta que su «gurí» sólo lo «acompaña» y le da «una mano para joder».
Además, explicó que la jornada laboral «empieza a las cinco de la mañana y termina a las once», para después «retomar a las tres de la tarde y terminar a las ocho de la noche».
«Hay que cortar la yerba con un machete, picarla, embolsarla y cargarla en el camión», que retira la mercadería «día por medio», explicó.
Los trabajadores rurales regresan a sus casas -cerca de la zona- una vez por semana, todos los viernes, y vuelven al próximo lunes. En otra manifestación de desprecio cuentan que una vez González los abandonó en la ruta durante ocho horas. «Hay cada persona rara que cruza por acá. Este lugar es muy peligroso, hay locos que pasan en auto, nos embarran, se matan de risa, y hasta nos han querido chocar», contó uno de los más jóvenes. l (Télam)
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