La temperatura en el núcleo del reactor superó los 2.000 grados y, como no existía recinto de confinamiento, una nube de yodo, lantano, cesio y plutonio saltó a la atmósfera.
Veinticinco años después de la catástrofe de Chernóbil, y sumergidos en una nueva crisis nuclear tras el desastre atómico de Japón, un centenar de versiones intentan explicar lo que ocurrió aquella madrugada del 26 de abril de 1986. «Los científicos nos aseguraban que el reactor podía ser instalado incluso en la plaza Roja, porque no representaba más peligro que un samovar común y corriente», recordó el ex líder soviético, Mijaíl Gorbachov.
La fe en la seguridad tecnológica de esa unidad era tal, que durante su construcción hasta se decidió prescindir del sistema de confinamiento del circuito primario y de la gigantesca burbuja de hormigón llamada a retener en su interior los productos de la fisión atómica en caso de avería.
Chernóbil, que empezó a generar fluido eléctrico en 1977, fue la tercera planta nuclear soviética, dotada con reactores RBMK-1000 moderados por grafito y refrigerados por agua y con dióxido de uranio enriquecido al dos por ciento como combustible.
Pero el talón de Aquiles del reactor radicaba en su coeficiente positivo a baja potencia, por lo que sus diseñadores habían prohibido su operación por debajo de un 20 por ciento de ésta.
Una cadena fatal de errores durante unas pruebas provocó las dos explosiones que convirtieron el nombre de Chernóbil en sinónimo de amenaza mortal.
La cuenta atrás comenzó el mediodía del 25 de abril, cuando los técnicos empezaron a reducir la potencia del IV Bloque para probar la capacidad del turbogenerador de suministrar energía a la instalación en caso de paro. Para ello, los trabajadores desconectaron el refrigerador de emergencia del núcleo del reactor. Horas después, el ordenador alertó de que las condiciones bajo mínimos del reactor exigían su paro inmediato.
Pero la señal de emergencia pasó desapercibida para los operadores, que justo en esos momentos bloqueaban el último mecanismo de seguridad para comenzar el experimento.
Al fin, a las 01,23 horas, fue pulsado el botón de parada y se activaron las alarmas. Pero la potencia del bloque se había multiplicado por 100 y el mecanismo de seguridad ya no funcionaba.
Se produjeron dos explosiones. El circuito primario de enfriamiento había quedado destruido, el techo de la central había saltado por los aires. La temperatura en el núcleo del reactor superaba los 2.000 grados centígrados, se había inflamado el grafito y las llamas alcanzaban los 30 metros de altura.
Como la planta no tenía recinto de confinamiento, una nube de yodo, lantano, cesio y plutonio saltó a la atmósfera. La radiación superaba hasta 500 veces a la producida por la bomba que arrasó Hiroshima en 1945.
En los 12 días que siguieron a la explosión, mientras un centenar de hombres extinguieron el fuego al precio de sus propias vidas, más de 30 millones de curies escaparon a la atmósfera.
El 27 de abril, 36 horas después del accidente, fueron evacuados los primeros 40.000 habitantes de la cercana Prípiat, dando inicio al éxodo de más de 135.000 personas, ya tocadas por la radiación.