Unos dicen que la foto no fue improvisada. Que los obreros fueron fotografiados de forma intencionada, bajo las órdenes de los “grandes del Rockefeller” como punto de partida de una gigantesca campaña publicitaria, que aún sigue generando millones.
Otros dicen que Charles Ebbets, el autor de tan famosas fotografías, se subió ahí arriba para realizar un trabajo de denuncia con el objetivo de conseguir mejoras en las medidas de seguridad de los trabajadores, todos o la mayoría de ellos, inmigrantes que llegaron a Nueva York en busca del sueño americano.
La teoría más extendida y en la que no hay malos de la película es aquella que habla de unos indios llamados Mohawk que no tenían miedo a las alturas, y que además, eran todos unos valientes que se ofrecían voluntarios para dar forma a esos enormes rascacielos.
Pese a las muchas historias que los mitifican, todavía no se ha podido demostrar que los indios Mohawk tuvieran esa carga genética de la se habla, y con la que se justifica el reclutamiento de estos para la construcción de los grandes rascacielos de Nueva York.
LA IDÍLICA HISTORIA DE UNA TRIBU GENÉTICAMENTE FUERTE (DICCIONARIO DE NUEVA YORK, ALFONSO ARMADA)
Muchos de los soldadores y albañiles que construyeron los armazones de acero de los rascacielos de Nueva York son indios Mohawks. Uno de los primeros que escribió sobre esta tribu y su falta de vértigo fue Joseph Mitchel, en un artículo publicado en 1949 y titulado “Mohawks in Hig Steel”, en el que describía sus salientes pómulos, prominentes narices, ojos marrón oscuro, tristes y perspicaces, piel suave y cobriza, y altiva forma de caminar, semejante a la de los gitanos. La relación entre la tribu y las grandes estructuras de acero se inició en 1886 con la construcción de un puente de hierro sobre el río San Lorenzo, cerca de la reserva Caughanwaga. A cambio del permiso de utilizar sus tierras para erigir el puente, la Dominion Bridg Companey se comprometió a emplear a miembros de la tribu siempre que fuera posible (…) Un oficial de la Dominion le confesó a Mitchell en una carta que a medida que la construcción fue progresando se hizo evidente que los mohawks no tenían ningún miedo de las alturas, y cuando nadie estaba al tanto solían encaramarse a las vigas más altas y caminar con tanta seguridad sobre ellas como si lo hicieran por la orilla del río. Ágiles como cabras, continuamente reclamaban a los capataces que les permitieran ocuparse de ensamblar las vigas, la operación más arriesgada y mejor pagada. (…) Su fama se extendió con rapidez y empezaron a ser contratados en la construcción de rascacielos, primero en Canadá, después en Estados Unidos…
Este, como otros, es un relato que presenta una visión quizás demasiado idílica de una situación que por desgracia no cesa en el tiempo. Inmigración, construcción, riesgo y necesidad son los términos con los que quizás se deberían reescribir los párrafos de la historia del Rockefeller.
La historia de siempre
La desesperación y la necesidad de algunos se encuentran de frente con las ansias de dinero de otros, con un resultado por desgracia demasiado predecible: los accidentes laborales.
El plan es sencillo: recortar en protección para que la inversión sea mínima y los beneficios, grandes. Ya es casi una tradición.
Algunos necesitados de trabajo caen en manos de otros que pueden ofrecerles condiciones laborales arriesgadas a cambio de un poco más de sueldo. Siempre hay candidatos para ello. Ya sucedía en los años 20, cuando aquellos con más suerte pudieron encontrar una oportunidad en forma de pasaje a Nueva York. Ahora, sigue sucediendo en nuestro país, con unos que llegan y otros que se van, buscando esa misma suerte, esta vez en forma de pasaje a Chile.
El documental que iluminó la tez de los anónimos obreros: “Men at lunch, 2012”
Hasta el año 2012, el documental que desvela la identidad de alguno de esos anónimos obreros no salió a la luz. Seguramente no sea porque no se haya tratado de identificarlos. No se sabía su nombre porque en la obra no había registros de trabajadores. Porque cada día entraban unos y salían otros. Porque eran inmigrantes –indios, irlandeses o rusos- a los que quizás casi nadie echaría en falta aunque la caída fuera de 300 metros.
El documental nace en Irlanda, de pura casualidad. Un almuerzo en el Pub Whelan, dos hermanos atentos y un camarero con ganas de charlar. Este último les cuenta que hace un tiempo, un hombre llamado Pat Glyn entró con una copia de la mítica foto en el pub, asegurando que su padre era el obrero de la derecha, el de la botella. Y que además, su tío era el del cigarrillo. Sonny Glynn y Matty O’Shaughnessy son los dos primeros nombres atribuidos a los anónimos trabajadores. Mucha investigación y muchos planos más tarde, nace “Men at Lunch”, la otra realidad del Rockefeller.
¿Y vosotros, sabéis algo más de estos trabajadores? ¿Cuál creéis que fue la verdadera historia de la construcción del Rockefeller? ¿Fue todo tan idílico como apuntan?