Ramón Puerta había sido denunciado en 2014, cuando se constató que más de 60 personas trabajaban en la cosecha yerbatera sin agua potable y en condiciones infrahumanas.
A un año de que en un allanamiento se constató que más de 60 personas trabajaban en la cosecha yerbatera sin agua potable y en condiciones infrahumanas, se realizó una inspección ocular en un predio propiedad del ex gobernador y actual diputado Ramón Puerta.
La finca, ubicada en la localidad de Parada Leis, a pocos kilómetros de la ciudad de Posadas, está destinado a la explotación de yerba mate.
Durante la investigación por trabajo esclavo iniciada el año pasado, personal del Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios (RENATEA) había participado de un operativo en el se constató la presencia de 61 personas que realizaban su trabajo en condiciones muy precarias: sin acceso a agua potable, con alimentos en mal estado, sin posibilidades de recibir atención médica y viviendo bajo lonas de plástico.
La causa estaba a cargo del recientemente fallecido Juan Carlos Tesoriero, y continúa tramitándose de esa Fiscalía y la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex), a cargo de Marcelo Colombo.
En el operativo realizado el martes, estuvieron presentes el secretario de la Fiscalía Federal de Posadas, Andrés Stuber junto a otros funcionarios de la dependencia del Ministerio Público; inspectores de Renatea, quienes habían participaron del allanamiento del año pasado, dos representantes de Protex y personal de Gendarmería. Todos fueron testigos del relato de una de las víctimas y quien radicó la denuncia.
Un año y menos de dos meses después del allanamiento realizado el 30 de enero de 2014, en el predio aún quedan rastros. En el suelo, se pueden observar partes de lo que eran las precarias “carpas” donde los trabajadores dormían. La base era armada por ellos con las denominadas “tacuaras” (cañas), extraídas de la finca. Arriba, les colocaban un colchón, lona o lo que cada uno había traído consigo mismo para hacer lo que ellos denominan “tarimbas”, una suerte de camastros.
A esas estructuras, de entre cuatro y seis metros, las recubrían con nylon, atando todo con la misma tela que utilizaban para embolsar los raídos, las cantidades de hojas de yerba mate que luego cargaban en los camiones. En cada una de esas carpas dormían entre dos y cuatro personas. “Nos cobraban cerca de 60 pesos por cada una y eso luego nos lo descontaban del salario”, explicó.
Las jornadas laborales arrancaban entre las 5:00 y 6:00 y a las 11:00 debían hacer un corte debido a las altas temperaturas. “Diciembre, enero y febrero es época para sacar la cosecha, se denomina zafriña de verano”, detalló la victima. Luego, comían lo que podían y cargaban la mercadería en el camión. Los tareferos juntaban su cosecha diaria en los denominados “raidos” armados con una tela llamada «ponchadas» a las que les colocaban un número que era propio de cada trabajador. Las pesaban y las subían al camión cargándolos en su lomo.
Según afirma el sitio Fiscales.gob.ar, finalmente, cerca de las 16:00 o 17:00, dependiendo del clima, continuaban con su tarea hasta las 19:30. Por todo ese trabajo cobraban entre mil y mil quinientos pesos la quincena. “Le pedimos al capataz Héctor Díaz que nos pagara más pero cobrábamos migajas” subrayó.
El terreno se dividía por cuadrillas que eran delimitadas por los capataces que eran los encargados de armar los grupos. Cada uno se hacía un cuadro y así se dividían los terrenos para trabajar las hectáreas.
Las víctimas contaban con un pozo de un metro y medio de profundidad de donde las 60 personas extraían agua con bidones de productos químicos de hasta cinco litros que, sin hervirla, utilizaban para tomar, cocinar, y bañarse. “Todos se servían de ahí. A la noche, de tanto sacar, el pozo estaba seco”, afirmó. Esa era la única fuente de agua de la zona ya que corría un arroyo que lindaba con otra propiedad, pero se encontraba a casi dos mil metros”, agregó.
Con respecto a los alimentos, debían realizar pedidos los lunes y jueves para que llegaran al día siguiente y les durara todo el fin de semana. Los paquetes llegaban identificados con el número de cada trabajador. “Pedíamos un kilo de carne pero terminaban trayéndonos más de lo que habíamos solicitado. Cuando nos entregaban las cosas, no sabíamos cuánto nos salía. Luego, cada 15 días nos presentaban nuestros gastos de la quincena y nos descontaban todo eso”, aseguró Piñeiro. “La carne la manteníamos con sal, limón y aceite colgada en una tacuara. Así se podía conservar por dos días. A veces, había que tirarla por el cuerito que se le formaba por las moscas”, añadió.
Por otra parte, el hombre también aclaró que tanto la ropa especial para realizar el trabajo, el calzado y las herramientas que utilizaban debían proveerlos ellos mismos. “Si a la mañana el pasto está mojado, las alpargatas duran dos o tres días nomás y los guantes solo sirven para esa jornada”, puntualizó.
En cuanto a la asistencia sanitaria, el testigo aseguró que no recibían de ningún tipo. No contaban con un botiquín, ni vendas, ni curitas ni alcohol. Solo podían comprar aspirinas en la cantina que luego también les descontaban a la hora de la liquidación del sueldo.
Unos metros más atrás, se encontró otro sector en el que aún hay rastros de uno de los campamentos y estructuras de chozas hechas con cañas. En el piso también hay latas de conservas, zapatillas y alpargatas de niños. Al preguntarle por la presencia de menores trabajando en el campo, el hombre confirmó que sí había y que el día del allanamiento los hicieron escaparse al ver la llegada de los inspectores.