¿Se habrían desarrollado tecnologías como el coche o el avión de haber primado el principio de precaución? El autor sostiene que esta práctica política podría perjudicar el desarrollo de tecnologías beneficiosas.
El principio de precaución se ha convertido en un elemento de mucha importancia política, pues es el criterio que invocan los que se oponen a la implantación y desarrollo de nuevas tecnologías. Y de hecho, ha pasado a ser relevante en la toma de decisiones en materia de desarrollo tecnológico y, por su causa, desarrollo científico también.
El principio de precaución beneficia a quienes se oponen al desarrollo de nuevas tecnologías.
Veamos, antes de entrar en materia, de qué hablamos cuando se invoca ese principio. La wikipedia en español toma como definición la utilizada por el Consejo de Europa, que es la siguiente: Cuando una evaluación pluridisciplinaria, contradictoria, independiente y transparente, realizada sobre la base de datos disponibles, no permite concluir con certeza sobre un cierto nivel de riesgo, entonces las medidas de gestión del riesgo deben ser tomadas sobre la base de una apreciación política que determine el nivel de protección buscado. Añade alguna otra consideración, pero ese es el núcleo fundamental. Y lo cierto es que es una definición muy ambigua.
Decir “cierto nivel de riesgo” es no decir casi nada; pero como a continuación precisa “sobre la base de una apreciación política”, queda claro que remite las decisiones en que haya controversia a criterios de oportunidad política. Ciertamente, no debería haber problema con que las decisiones relativas a cualquier política pública dependan, en última instancia, de criterios políticos. Es la idea que expuse hace unas semanas aquí. Pero entonces, lo que no se acaba de entender es que algo tan obvio como que las decisiones sobre la implantación y desarrollo de nuevas tecnologías han de estar sometidas al control democrático de la ciudadanía deba ser recogido en una definición oficial. En otras palabras, para ese viaje no se necesitaban esas alforjas.
La wikipedia en inglés es algo más clara -o quizás, sincera- al referirse a este tema. Dado que la gran mayoría de anglohablantes no se siente concernido por lo que el Consejo de Europa tenga a bien establecer, en su wikipedia (que en realidad acaba siendo la de todos), el principio de precaución determina que si de una actuación o política se sospecha que pueda haber riesgo de causar daño a la gente o al ambiente, en ausencia de consenso científico que establezca que esa acción o política no es perjudicial, la carga de la prueba de que, efectivamente, no lo es, recae sobre quienes la desarrollan. Y de hecho, esta es la definición de principio de precaución a la que recurren los movimientos ecologistas y las formaciones políticas que se oponen de manera sistemática al desarrollo científico y tecnológico. Y no es de extrañar, ya que si se aplica con rigor, el principio de precaución así entendido conduce, inexorablemente, a darles la razón a ellos. Por eso sostengo que tiene truco.
“Con esas reglas del juego el partido siempre lo gana el mismo”
Tiene truco, porque tal y como expliqué hace unos días aquí, no es posible demostrar que algo no ejerza un determinado efecto, sea tal efecto cualquiera que sea. Y es que, en rigor, que una tecnología no causa daño es tan indemostrable como que una tetera de porcelana no se encuentra orbitando el sol entre Marte y la Tierra. Por eso, el principio de precaución tiene truco, porque si se aplica (al menos en la versión de la wikipedia en inglés), los activistas contrarios a transgénicos, telefonía móvil, wifi, nanotecnología, etc., siempre llevarán las de ganar, dado que la carga de la prueba se ha transferido a quien no corresponde. En otras palabras, con esas reglas del juego el partido siempre lo gana el mismo.
Pero hay más; por si lo anterior no fuera suficiente, hay otro truco escondido en la definición, al menos en lo que se refiere a las consecuencias en términos de debate público. En efecto, supongamos que un grupo minoritario de científicos sostiene que una determinada tecnología es perjudicial para la salud o el medio ambiente. En tal caso, no habría consenso, y en virtud del principio de precaución, la carga de la prueba pasaría a corresponder a quienes defienden la implantación de la nueva tecnología. Pero en realidad, éstos no tienen ninguna posibilidad, pues los datos que puedan aportar nunca serán considerados prueba suficiente para aceptar la tecnología en cuestión, dado que la postura del pequeño grupo de científicos que se oponen siempre podrá ser utilizada como contraprueba, con lo que nunca se aceptará la opinión de la mayoría a efectos probatorios. Ésta es otra consecuencia de haber invertido la carga de la prueba. En muchos casos, además, ni siquiera se esgrimirán datos o conclusiones que han superado el tamiz de exigencia de las publicaciones reconocidas por la comunidad científica; bastará con invocar estudios supuestamente científicos elaborados (o también supuestamente elaborados) por organizaciones de activistas, para que se argumente que no hay consenso científico y que no se ha podido probar que la tecnología en cuestión sea inocua.
El principio de precaución desprecia los beneficios que reportaría la implantación de las tecnologías bajo sospecha
Por último, el principio de precaución minusvalora o, incluso, desprecia los beneficios que reportaría la implantación de las tecnologías bajo sospecha. En ese sentido es, además de tramposo, muy desequilibrado. Los beneficios del maíz bt, del arroz dorado, de la papaya transgénica, etc., no se valoran en su justa medida, con lo que sólo uno de los brazos de la balanza se carga, el de los supuestos perjuicios. Al respecto, un interesante ejercicio consistiría en evaluar, si tarea tan compleja y descomunal fuera posible, lo que habríamos perdido si se hubieran prohibido automóviles, trenes, barcos, o aviones. Porque si sumamos las muertes que han ocasionado en el último siglo esos medios de transporte, además del resto de perjuicios ambientales que causan, la aplicación del principio de precaución hubiera conducido, creo que de manera inexorable, a su total prohibición.
*Juan Ignacio Pérez es coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco y colaborador de Next.