Cuatro manzanas de barrio Belgrano se vieron afectadas por el fuego en la empresa Petrolera del Sur
Fue un día movido para los bomberos de la ciudad. En la misma jornada debieron combatir dos siniestros de grandes proporciones que dejaron al descubierto la realidad con la que deben luchar los bomberos. Al mediodía fue un depósito y archivo de la empresa Aca Salud, en Callao y San Lorenzo: un situación compleja por la presencia de papel. Un par de horas más tarde, ardió una empresa en la que se envasaba aceite lubricante en barrio Belgrano. Este incendio pudo controlarse merced al trabajo de ocho dotaciones de bomberos, cinco cubas de agua, 150 socorristas y policías. Sin embargo, el fuego lo destruyó todo y los vecinos de las inmediaciones debieron ser evacuados por más de cuatro horas. Ante la desmesura de los daños materiales, por momentos parecía un detalle menor que no hubiera habido heridos lo cual, en realidad, fue un verdadero milagro.
La creciente columna de humo negro y espeso se podía ver desde un par de kilómetros a la redonda a partir de las 14.30, cuando comenzaron a arder las instalaciones de la empresa Petroleras del Sur en Fraga y Río Negro. La humareda se ganó un espacio en el cielo despejado de barrio Belgrano y lo cubrió por más de tres horas. Los vecinos coincidían en que todo comenzó con «tres o cuatro explosiones» y después las llamas ganaron altura hasta superar los 15 metros. «Se quema la fábrica», grito una vecina. La «fábrica», como todos la conocen, es en realidad una envasadora de aceite lubricante instalada en el barrio desde hace más de una década. Cuando se desató el fuego trabajaban en el lugar cinco de sus ocho empleados.
Petrolera del Sur estaba ubicada tras un paredón de ladrillos de 80 por 50 metros cuyo frente daba a Río Negro al 6400 y su fondo a las vías del ex ferrocarril Mitre. Dos portones para el ingreso, las oficinas y dos enormes tanques grandes y blancos era todo lo que se podía ver mientras el paredón estuvo en pie, antes de que las explosiones lo derribaran. Cuando los gritos alertaron sobre el fuego, el primer reflejo de los empleados – entre ellos dos mujeres – fue salir a pedir ayuda. A partir de ese momento, imágenes de cine catástrofe se mezclaron con las postales de la vida cotidiana de un barrio de Rosario.
Una empleada trató de regresar al sector de oficinas para buscar su bolso, pero fue contenida por los vecinos. Un compañero suyo ingresó y alcanzó a salvar una computadora donde estaban las bases de datos de la empresa. Los trabajadores también alcanzaron a salvar algunos de sus vehículos y un camión de la empresa. «Perdoname, no puedo hablar. Mirá cómo quedó esto», dijo uno de ellos mientras miraba con impotencia cómo el fuego lo devoraba todo. Los empleados estaban devastados porque imaginaban el final de la película: será muy difícil que vuelvan a trabajar en esas instalaciones. El calor que se desprendía de la fábrica era insoportable y quedó grabado en los chamuscados cubrecortinas de plásticos de las casas que tenían al depósito como frente.
Mientras el humo lo envolvía todo, el viento, que corría veloz de norte a sur, dificultaba todo. Por un lado, avivaba las llamas. Por el otro, llevaba el humo hacia lo más poblado del barrio. «Desde que empezó el fuego y durante veinte minutos, esto fue tierra de nadie», contó César, un pibe de 19 años que registraba cada bocanada de fuego con su cámara digital. «Fuimos los vecinos los que empezamos a evacuar a la gente de enfrente», contó.
«Cuando esto ardía – continuó – volaron por el aire dos tanques de 200 litros. Uno cayó como a 80 metros, sobre un tipo que iba en bicicleta por Neuquén y Cullen. Se ve que estaba atento al incendio y cuando vio que se le venía encima, se tiró a un costado y dejó la bici. El tanque cayó justo en la rueda de atrás y se la hizo pelota». El otro tacho de aceite cayó en el patio de una casa en Neuquén 6444, según dijo el muchacho.
El foco ígneo seguía intacto cuando llegaron los bomberos, la Guardia Urbana Municipal y la policía. Las fuerzas de seguridad hicieron un cerco a 100 metros de cada una de las esquinas de la fábrica y los vecinos de la vereda de enfrente a la fábrica fueron evacuados. Las ocho dotaciones de bomberos – cuatro de Zapadores, una de Voluntarios y otras de Prefectura, Pérez y Villa Gobernador Gálvez – se desplegaron en los cuatro flancos para atacar el fuego.
«Lo que más no está costando es un tanque de 8.000 litros de aceite madre que está rajado y lo estamos enfriando», contó una socorrista mientras descansaba debajo de la arboleda antes de volver a entrar. Como apoyo actuaron cinco cubas municipales y una de Prefectura.
«Como se dieron dos incendios grandes casi al mismo tiempo, tuvimos que suspender la ayuda que les brindamos con cubas municipales a los vecinos de los barrios que no tienen agua. Hubo que tomar esa medida porque no dábamos abasto. Las cubas son recargadas y vuelven», explicó el coordinador de Defensa Civil y director de la GUM, Marcos Escajadillo, sobre la entrada de la fábrica cuando el fuego ya estaba controlado. A 100 metros del lugar, un grupo de veteranos vecinos de calle Nicasio Vila (paralela a Río Negro, pero del otro lado de la vía) estaban furiosos por lo que creían que se trataba de grandes falencias (ver aparte). «¿Sabés dónde está la toma de agua más cercana?», preguntó uno de ellos, y se contestó: «En Provincias Unidas y Cochabamba. ¿Qué te parece?».
Dos de las dotaciones se concentraron en enfriar los dos tanques de 8.000 litros de aceite madre que estaban a un costado del depósito a cielo abierto. Si bien los tanques están dentro del perímetro de la empresa, menos de 20 metros los separan de un centro comunitario y consultorio médico – Consorcio Coveco – y más allá, una guardería infantil. El suministro de gas y luz fue cortado y efectivos de la GUM, iban casa por casa pidiéndoles a los vecinos «cubitos (de hielo) para los bomberos». Detrás de una autobomba, frente al foco principal, se improvisó el campamento donde los cerca de 60 bomberos que trabajaron en el operativo tomaban un poco de agua fresca y volvían a la faena.
Luego de más de tres horas el siniestro fue controlado. De la planta de envasado sólo quedaban un manojo de hierros retorcidos y humeantes; dos acoplados y un sinnúmero de tanques estaban calcinados; el paredón de ladrillos que la circundaba tenía huecos en su frente y su fondo. Afuera, de las columnas de madera que soportan el cableado de distintos servicios sólo quedaban cenizas. Y los frentes de las casas estaban manchados por el hollín, con algunas de sus aberturas seriamente dañadas por el intenso calor que debieron soportar.
«No sabía que en esta fábrica se envasaba aceite. No había ruidos molestos, salvo un poco cuando hacían carga y descarga», dijo una vecina. Esta fábrica que pasaba ante todos como desapercibida, «tenía todas las habilitaciones y los permisos en regla», según comentó uno de los empleados. Aunque no se pudo conocer para qué estaba habilitada.
«Para saber cuál fue la causa del incendio vamos a tener que esperar el trabajo de los peritos. En este momento es muy aventurado hablar de eso», explicó el jefe de Bomberos Zapadores, Sergio Frea, pasadas las 20, cuando el fuego estaba totalmente sofocado. El jefe, que monitoreaba por handy qué pasaba con el otro incendio (ver aparte), no ahorró palabras de agradecimiento para sus hombres y los bomberos de la zona: «Pude ver a muchos que estaban de franco o licencia por vacaciones, y se vinieron a dar una mano con el siniestro. Este no fue el día más difícil del año, las jornadas suelen ser así. Tenemos contabilizadas al 20 de enero, 101 salidas. Lo que pasa es que todos los días no tienen esta dimensión», dijo Frea.