El martes 11 de marzo de 1997 comenzó como todos los días en
la localidad de Tokaimura, situada en la provincia de Ibaraki, a unos 140
kilómetros al nordeste de Tokio.
A las 10.00 horas, las tiendas comenzaban a abrir sus puertas
a un discreto número de público, como suelen hacerlo durante todo el año. Nadie
podía sospechar que a unos pocos kilómetros del centro de la aldea, en la planta
de procesamiento nuclear de desperdicios de baja radiactividad de la estatal
Corporación de Desarrollo Nuclear (Donen), el fuego hacía sonar el sistema de
alarma.
Cuatro minutos más tarde, debido al desconcierto de los
operarios, un metro cúbico de agua fue lanzado por las rociaderas del techo
sobre los tambores que contenían asfalto, material utilizado en la vitrificación
de desechos nucleares líquidos. El fuego había sido controlado. La orden de
evacuación del personal fue dada 24 minutos después de la alarma y sólo una hora
más tarde se decidió desalojar al personal de otras secciones adyacentes. Con
todo, algunos operarios fueron expuestos a niveles bajos de radiactividad.
Mientras tanto, en el pueblo, la gente se preparaba para almorzar.
Lo inesperado se produjo a las 18.04 horas. Una explosión, en
la misma planta donde ocurrió el fuego de la mañana, despedazó buena parte de
los muros de la tabiquería del edificio de cuatro pisos, rompió 29 de las 40
ventanas y desperdigó restos de cristal trizado a más de 30 metros del lugar. Un
humo blanco salía por los forados.
Esta vez, los monitores localizados en el exterior señalaban
un incremento anormal de la radiactividad, aunque siempre dentro de niveles
supuestamente permitidos. Los daños eran de consideración. Un total de 37
operarios, de entre los 112 que se encontraban en la planta y sus alrededores,
fueron expuestos a la radiactividad. Se estima que la dosis total no sobrepasó
los 60 millones becquerel, pero se desconocen los efectos de la radiación a
largo plazo. Aparte de la inspección médica de rigor, los hombres han recibido
atención psicológica.
Los habitantes de Tokaimura no fueron alertados esa misma
noche, aun a pesar de que las autoridades conocían la existencia de una fuga
radiactiva. El propio primer ministro, Ryutaro Hashimoto, se enteró dos horas
después de la explosión. Las cuarenta y cuatro sirenas de Tokai sonaron ocho
horas más tarde, alrededor de las 6.00 horas del día siguiente. Los ejecutivos
de Donen no consideraron apropiado alertar al pueblo en la oscuridad de la
noche. "Hubiera causado un pánico innecesario", declararon.
Algunos vecinos se percataron del siniestro gracias a las
llamadas telefónicas de familiares residentes fuera de la prefectura. El
gobernador de Ibaraki, Masaru Hashimoto, haciéndose eco del descontento
ciudadano, criticó fuertemente la falta de comunicación de la corporación
estatal y cuestionó el deterioro natural de la planta que ha servido de lugar de
reprocesamiento de combustible nuclear por 16 años, la única del país.
El presidente de Donen, Toshuiyuki Kondo, debió acudir al
ayuntamiento de Tokaimura para disculparse públicamente, con una tradicional
venia japonesa, ante el alcalde, Tomio Suto, por los errores y perjuicios
causados. Sin embargo, las reacciones en Ibaraki están hasta cierto punto
controladas por los intereses económicos: Un tercio de los 33.000 habitantes de
Tokai viven de trabajos relacionados con la industria nuclear.
Por otra parte, la gente entiende que un accidente grave
acabaría con sus vidas. "Si esa cosa explota completamente, uno no sería capaz
de huir de la radiactividad de ninguna manera, no importa cuan lejos se
encuentre", asegura Hisao Kawamura, un taxista de 64 años que ya no se cuestiona
dejar el pueblo a causa del peligro.
Donen no sólo retuvo información relevante a la comunidad de
Tokaimura, sino que continuó con su patrón de operaciones habitual de declarar
medias verdades, tal y como quedó comprobado con el malfuncionamiento del
reactor Monju, en diciembre de 1995.
En aquella oportunidad, la corporación entregó a las
autoridades superiores y a los medios de información una cinta de vídeo editada
en que se aminoraba el severo daño sufrido en el sistema de refrigeración del
primer reactor japonés de alimentación rápida: Donen se quedaba con las mejores
escenas, que en realidad eran las peores.
En el caso del estallido en la planta procesadora de Tokai,
la corporación estatal negó la existencia de cámaras de vídeo en el interior de
la sección de vitrificación. Lo que en un principio era una pequeña explosión se
transformó, a la luz de las nuevas imágenes, en un desastre de magnitud, que aún
hoy mantiene de baja a la planta.
Las alarmas volvieron a sonar en Tokaimura a los seis días de
la explosión. Pero esta vez no se trataba de la planta de vitrificación de
combustible de baja radiación, sino de algo mayor. La señal indicaba que el
plutonio que se conserva en la sección de combustible nuclear, que había entrado
en reacción en cadena de fisión, había alcanzado el estado crítico. Una
explosión de consecuencias masivas podía ocurrir. Todo resultó ser una falsa
alarma. Algunos expertos dicen que así como el sistema de alarmas se enciende o
se apaga, un día podría ser el turno de un reactor.
El periódico Asahi ha publicado una serie de artículos
reveladores dedicada a dilucidar quién administra realmente Donen, y quiénes son
los responsables de estos accidentes que han vuelto impopulares los millonarios
planes de desarrollo nuclear del país. La primera entrega señala que Donen acusa
a sus subcontratistas en Tokaimura de no haber reaccionado a tiempo durante el
incendio de la planta vitrificadora. Estos últimos desmienten las acusaciones
diciendo que sólo se les ha instruido para acatar órdenes directas de los
adminitradores estatales y cuestionan las medidas de seguridad de la planta: las
inspecciones diarias se han relajado y han pasado a convertirse en semanales.
Referencia:
www.nakamachi.com, artículo "Tokaimura, 1997: Crónica del primer accidente
nuclear grave que sufrió su población Un pueblo asediado por los errores
humanos, la radiactividad y los ocultamientos oficiales"
|